Había una vez una niña a la que le encantaba leer. Y le gustaba tanto que ella mismo empezó a escribir sus propios cuentos e historias. De mayor, sería escritora.
En cuanto reveló este secreto al mundo, surgieron a su alrededor los asesinos de sueños. Almas grises y tristes con incapacidad de soñar.
No pierdas el tiempo, le decían, ¿quién leerá tus historias? Jamás podrás publicar nada. Es un mundo complicado. ¿Qué editorial se fijaría en una autora desconocida? Mejor haz otra cosa...
La niña escuchó tantos opiniones y consejos negativos, que dejó de escribir. ¿Para qué intentarlo si todos aseguraban que acabaría fracasando?
Años después, la niña se hizo mujer y, al poco tiempo, fue madre de un niño. Cuando el pequeño aprendió a hablar, sorprendió a todos diciendo que de mayor sería astronauta. La madre entonces tuvo dos opciones, convertirse en una asesina de sueños o darle alas a su hijo para que nunca dejara de soñar, para que nunca dejara de perseguir sus metas, por imposibles que estas parecieran.
Con cuatro años, el pequeño ya conocía todos los planetas del Sistema Solar, los satélites que lo componían, el nombre de algunas galaxias, de los cohetes y sus misiones... La madre nunca le dijo a su hijo que su sueño fuera imposible. Será difícil, muy difícil, pero no imposible.
¿Cuántos de vosotros os habéis detenido en una parte del camino porque alguien os dijo que nunca alcanzaríais vuestros objetivos? Querer no significa poder, desde luego, pero querer hacer algo es el único camino para conseguir hacerlo.
Aún no era tarde para aquella niña que se había convertido en mujer. Un día decidió volver a correr tras sus sueños. Al fin y al cabo, la vida en sí misma es una carrera de principio a fin. Corrió, corrió, corrió... Y ya nunca más dejaría de correr.
Ya nunca más escucharía a los asesinos de sueños.