En mi infancia,
posiblemente, unos de los mejores recuerdos que tengo provienen de esas noches
de nervios en las que intentaba aguantar sin dormir hasta que llegaba a casa el
esperado Ratoncito Pérez.
Todo lo recuerdo
con mucha ternura y mucha emoción. El momento en que se me empezaban a mover
los dientes de leche, y los días, que se hacían eternos, hasta que posteriormente
se acababan cayendo. El ritual sagrado de guardarlos debajo de la almohada, de escribirle
una carta de agradecimiento al Ratón Pérez y también dejarle algo
de comer en la mesita de noche. Incluso la lucha contra el cansancio por las largas
noches de espera, por poderlo pillarlo in fraganti con las manos en la masa.
Por supuesto, jamás
aguanté despierta lo suficiente para verlo recoger uno solo de mis dientes.
¿Quién en el
mundo entero no conoce al Ratón Pérez? Todo el mundo lo
conoce, pensareis.
Pues lo cierto es que no. Si bien en los países hispanohablantes,
todos sabemos que es un ratón el que se lleva los dientes de leche de los
niños, en los países germanos, sin embargo, creen que los recoge un hada.
Pero realmente, lo que nadie sabía hasta ahora, era que el Hada de los Dientes y el Ratón
Pérez son socios de la misma empresa.
Trabajan codo con
codo, desde hace miles de años, desde que las hadas, con su magia de otros
mundos, unieron los hilos de la humanidad y la ratonidad en el enrevesado
tejido del tiempo.
A pesar de que en una novela de Benito Pérez Galdós, escrita en 1884, el
autor canario comparó a su protagonista, un hombre avaro y
tacaño, con el Ratoncito Pérez, hecho que prueba que ya se conocía al diminuto roedor, no fue hasta diez años después que la historia
del Ratón
Pérez se popularizó masivamente. Y ocurrió, cómo no, a través de un
cuento.
En España, siempre
se le ha atribuido la autoría del Ratón Pérez, y su posterior
introducción a la mitología infantil, al padre Luis Coloma.
La Reina
María Cristina le pidió al escritor y periodista jesuita que escribiera
un cuento para su hijo, Alfonso XIII, apodado por su madre,
el pequeño
rey Bubi, que por aquel entonces, a sus ocho años, acababa de perder un
diente.
Coloma creó entonces un ratón bonachón y
entrañable, que vivía con su familia dentro de una caja de galletas, en el
almacén de la entonces famosa Confitería Prast, en el número ocho
de la calle Arenal, en el corazón de Madrid y no muy lejos de Palacio.
Coloma aseguraba en dicho cuento que el Ratón
Pérez viajaba a través de las cañerías de la ciudad, por las que
llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi y a las de los
demás niños que habían perdido algún diente.
El tiempo pasó,
el Rey
Bubi se hizo mayor y la Confitería Prast acabó cerrando sus
puertas para siempre algunos años después. Pero el oficio del Ratón
Pérez continuó pasando de padres a hijos hasta el día de hoy. De hecho,
la
familia Pérez aún vive en el mismo almacén, dentro de una caja de
galletas.
¿Que cómo puedo saber todo esto?
Hace tres años,
una noche oscura sin estrellas, de lluvia y frío, se presentó en mi casa un
ratón. Pero no era un ratón normal y corriente, como esos asustadizos que te
encuentras por el campo. Este tenía un pelaje plateado que parecía hecho de la
luna misma, y estaba vestido. Os imaginareis de quién se trataba…
Me aseguró que
yo, que me apellido Pérez también, era prima lejana de esta familia de roedores, y
como miembro humano de la familia que soy, tenía la obligación de contar una
historia. La verdadera historia del Ratón Pérez, o al menos la más
reciente.
Seguramente a Luis
Coloma también se le presentó un Ratón Pérez en 1894. Quizá el
escritor jerezano también fuera descendiente de un Pérez, como yo.
El caso es que Coloma
fue el humano elegido para compartir por primera vez la historia secreta de los
ratones Pérez, hace ya más de un siglo.
Hace tres años, y para mi sorpresa, la elegida fui yo, para narraros la historia de Álex, el primer ratón, de una
estirpe larga hasta decir basta, que se niega a continuar con el legado
familiar, que no quiere ser un Pérez, bajo ninguna circunstancia.
Entenderéis la
magnitud de tal decisión, para los niños de todo el mundo.
Yo sé el final de
la historia, claro. Lo sé desde hace tres años. Vosotros también podríais
saberlo, si quisierais….
Para eso escribí
Ratolescencia.
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